Cómo era en realidad el Libertador? Estamos been enterados de sus actitudes y creencias. Cono cemos su genio, la elevación sublime de su pensa- miento, su talla descomunal de visionario, sus con- diciones de estadista, escritor, sociólogo y político. Admiramos su desprendimiento, abnegación y sacrificio, su valor físico y moral, su fortaleza ante la adversidad, su férrea e inquebrantable voluntad. Pero ¿Qué sabemos del Bolívar hombre? ¿Del Bolívar de carne y hueso? ¿Cómo era su aspecto? ¿Qué impresión causaba? ¿Cuáles eran sus hábitos y aficiones? ¿Era morigerado o parlanchín? ¿Cuál era su dicción, tono y acento? ¿Era apacible o arrebatado, lacónico, ponderado o vehemente?
Todos quisieran, ya, encontrarse con un Bolívar de carne y hueso, tal como fue. Sin afeites lecunescos, liberado del bronce que le impuso la historiografía romántica. La gente está ahíta de cartón piedra, de frases retumbantes; del alambicado semidiós libre de imperfecciones y de humanas apetencias. No se trata, por contrariar la idolatría, presentar a un Bolívar pedestre, ralo y movido por oscuras pasiones, como hizo Madariaga. Aspiramos a conocerlo en su humanidad; desposeído de maquillaje y también de calumnias; en el justo término de lo objetivo; sin que interferencias afectivas, mitos y prejuicios deformen la realidad.