Toda obra humana, por insignificante que sea, está prendida y engarzada en la ruta vital de su autor. Per ello, para colocarla, no basta conocer a éste, sino que es preciso saber la circunstancia en que vivía al producirla.
El epitome de Psicología evolutiva del niño y del adolescente ha sido escrito en un momento en que el polvo del camino dificultaba la conducción de la máquina intelectual que lo creaba y, de otra parte, ésta funcionaba con grandes limitaciones en el aporte de su combustible cultural habitual. No es ello manifestado en son de excusa sino, más bien al contrario, en actitud de sincera y necesaria explicación de la escasez de información bibliográfica y de presentación de pruebas de labor original.